¿Creatividad?

esta tomando en muchos de los entornos y sistemas. Como artista, siempre me ha interesado todo aquello vinculado a esta cuestión. Esta ha sido analizada desde la psicología, neurología, explicada desde la divulgación científica, diseccionada, definida, descifrados sus métodos, ordenadas sus estrategias… Debo confesar que la lectura de todo ese material, no ha mejorado en nada mi nivel de creatividad, alto o bajo del que pueda disponer… No obstante, visto lo visto, me da la sensación de que todo ha sido reelaborado y estudiado a posteriori, muchas clasificaciones, mucha estadística, muchos electrodos en la cabeza… No sabemos nada sobre ese breve instante infinitesimal en el que todo ocurre y zas ¡¡surge la idea!! Una idea creativa. Pero al margen de nuestras capacidades personales, su gestión, activación y formalización, la cuestión de la creatividad se ha convertido en referencia constante y permanente en toda comunicación reciente en nuestra sociedad.

Quizás la mente humana necesita, por naturaleza, tener medianamente ordenada la cabeza, para dar sentido lógico a sus pensamientos, actuaciones y decisiones comprometidas. Apoyado en esta lógica, desde diversos niveles de gobernanza (económica, ideológica), se crean conceptos fetiche, paradigmas, ideas imprescindibles, adjetivos necesarios, que a modo de efecto tractor, dirigen las acciones políticas y recursos en determinada dirección. Estos conceptos “de moda” nunca nacen de manera espontánea, natural, por casualidad, sino que se articulan en función del momento, tratan de dar respuesta a cierto debate social pero, sobre todo, responden a una estrategia económica. Todos recordamos palabras clave que han invadido, desde la empresa hasta las esferas sociales, desde una decisión industrial al comportamiento personal, conceptos cómo internacionalización, emprendimiento, excelencia, innovación…

Estos últimos años el mantra que se repite es el de la creatividad. Clases creativas (Richard Florida, 2002), ciudades creativas, empresas creativas, políticos creativos, educación creativa… todo muy creativo, todos y todas somos creativas… Vivimos una sobresaturación del término. Desde mi humilde opinión, es una palabra desgastada, que ha perdido toda su real significación por sobreuso, por desbordamiento. Vivimos una inflación de lo creativo. Con demasiada ligereza y sin pleno conocimiento de causa, se aplica para todo, desde el diseño de la ciudad, los deportes, los cuidados, hasta la gastronomía diaria en nuestras cocinas: creatividad social, empresarial, educacional, creativity of daily life

Esta sobreabundancia ha generado una potente demanda en cascada que requiere de su oferta correspondiente: start-ups, empresas consultoras, choatching para equipos directivos y una abrumadora promesa expresada en libros de autoayuda, que nos convierten rápidamente en personas creativas. Más allá de las diferentes definiciones de creatividad y referido a los métodos para alcanzarla, para los que no la disfrutemos de manera natural, llama la atención la simpleza de sus estrategias. Basta consultar el término en cualquier buscador, para encontrar lindezas como: “levántate temprano”, “lleva siempre una libreta”, “conserva tu empleo”, “duerme”, “no tengas miedo”, “no seas perfeccionista” o “persiste y vencerás”. Es verdaderamente ridículo.

No sonará demasiado políticamente correcto, pero me atrevo a decir que no todo el mundo puede ser creativo. Es difícil encontrarlo cuando lo buscamos en personas, no os podéis imaginar su escasez cuando nos referimos a instituciones, empresas, grupos humanos o colectivos complejos. En realidad, es una falacia, ni somos creativos, ni tenemos necesariamente que serlo. Parece que para mejorar nuestro nivel de creatividad todo se resuelve con un cursillo o un asesoramiento “experto”, para aplicar cierta metodología; de lo que nadie habla es del trabajo constante, la extensa y larga experiencia necesaria, el terrible esfuerzo del aprendizaje continuo, el estudio en idiomas ajenos… Nos venden la idea de que el éxito en lo laboral, personal o en lo social, depende de nuestra creatividad y en caso de no lo conseguirlo, solo nosotras y nosotros somos los culpables, que todo está en nuestra mano, basta serlo… es absurdo. Es cierto que la creatividad está presente en muchas áreas de nuestra actividad y pensamiento de manera natural y no creo que deba circunscribirse exclusivamente a lo que entendemos como “lo artístico”, en ocasiones, hay más creatividad en el manejo de la economía doméstica, que en muchas de las galerías de arte, por poner un ejemplo.

Para intentar ver las dos caras de la misma moneda y no dejarnos deslumbrar por adjetivos pomposos (¿a quién no le gusta que le califiquen de creativo?), deberíamos alejarnos del concepto como pura estrategia de mercado, componente necesario para una imagen atractiva o señuelo para nuevos modelos de consumo y ser más conscientes de que el panorama “creativo” también esconde su lado oscuro: precariedad en las condiciones de trabajo, autoempleo, gentrificación, pobreza habitacional, bajos sueldos, máxima disponibilidad horaria, imposible conciliación familiar y pérdida sustanciosa de derechos laborales, es decir, habitar los páramos de la incertidumbre.

Como en todo, también en la creatividad hay grados y no se reparte por igual. El caudal creativo que podamos tener, puede ser mejorado y ampliado de manera creciente en determinadas condiciones objetivas y entornos propicios que favorecen o empujan la creatividad. El entorno social, el nivel educacional y económico, el acceso a la tecnología, etc. son condiciones determinantes para un desarrollo fluido de la creatividad. Es fácil comprender que un entorno vital de calidad, horarios flexibles, un trabajo bien remunerado, altas dosis de curiosidad, sentirse reconocido, disfrutar de tiempo, una exquisita preparación, un máximo conocimiento del tema, gran experiencia, estar plenamente integrado en una red global, no sentirse solo o aislado y manejar herramientas sociales e idiomas, son el perfecto caldo de cultivo para la creatividad, pero obviamente, lo son también para cualquier otra cosa; repasando nuestro entorno cercano ¿conocemos a alguien que disfruta de condiciones tan favorables? Aunque lo cierto es que, incluso en las peores condiciones imaginables, también hay personas creativas. Sencillamente lo son. No lo han aprendido, no han tenido a nadie que les “asesore”, no han asistido a cursos de creatividad en la empresa, no leen libros de autoayuda, no tienen coaching personales, solo y sencillamente, son creativos o creativas. Disponen de un caudal natural, no piensan en ella, solo la utilizan, no necesitan saber si consiste en un pensamiento lateral, divergente o disruptivo, da igual, solo la manejan de la misma manera en que respiran, sin pensar en ello.

La creatividad no es democrática, no hay para todos ni todas, no tenemos las mismas oportunidades, no está al alcance de la mano, hay que trabajarla como cualquier músculo o actividad, si no se usa se atrofia. De la misma manera en que aceptamos con naturalidad nuestra incapacidad para correr 100 metros a la velocidad de Usain Bolt, aunque dispongamos de las mejores condiciones objetivas y le dediquemos los esfuerzos de 20 años de nuestra vida, con esa misma naturalidad, hay que aceptar que quizás no seamos personas tan creativas como pensamos. No pasa nada, tampoco nos hemos internacionalizado tanto, si somos emprendedores natos, innovamos lo justo y solo en contadas ocasiones alcanzamos la excelencia. La vida es mucho más fluida, imprevista y ofrece soluciones imaginativas (no necesariamente creativas). No necesitamos una sociedad creativa, necesitamos una sociedad más justa, respetuosa, solidaria, empática, generosa y sostenible. No perdamos el sentido crítico, es cierto que la creatividad ”viste” mucho, pero en estas sociedades del primer mundo altamente tecnificadas, viviendo a una velocidad de vértigo, inmersos en una emergencia climática, exprimiendo al máximo los recursos tanto naturales como humanos, construyendo vidas virtuales, una sociedad colgada de las pantallas, no necesitamos un mantra permanente y machacón que nos adormezca o nos haga trabajar aún más. Bastante tenemos con el día a día, para que encima nos añadan nuevas tareas: tener que ser personas creativas.

Intentando ir al grano y dejarme de rodeos, os digo que desde hace mucho tiempo una cita preside el caballete sobre el que trabajo y escribo como preámbulo en cada uno de mis cuadernos, aquellos en los que escribo y dibujo: “Mi mente es poder, mis ojos ven sueños, mi cuerpo es fuerte”. Su autoría pertenece a Pina Bausch (1940-2009), revolucionaria bailarina y coreógrafa alemana, figura clave de la nueva danza contemporánea. Frase motivadora, sintética y fuertemente poética. En pocas palabras resume las tres áreas cruciales en el motor de lo creativo: El poder de la mente, la imaginación y la acción. No se puede entender ningún proceso creativo sin estos tres pilares, tres patas de una silla que como decía Jorge Oteiza (1908-2003), nunca podrá tambalearse. Pensar-imaginar-hacer. 1.- Manejar herramientas de análisis para pensar el mundo, nuestra relación con él y la respuesta que damos desde nuestra actividad. 2.- Capacidad para soñar e imaginar que cualquier cosa es posible y 3.- Nunca olvidarnos de traducirlo todo a un soporte, formalizarlo, hacerlo físico.

Pero seamos positivos e intentemos buscar algún sentido a la creatividad.
Cuando el pensamiento creativo se incorpora a cualquier proceso desde el principio, deja de ser exclusivamente una herramienta o una característica, y pasa a convertirse en una actitud. Como decía Aristóteles: “somos lo que hacemos cada día, la excelencia no es un acto, es un hábito”. ¿Cómo hacemos esto? ¿Cómo aplicamos la creatividad en nuestra vida y trabajo? Una respuesta sencilla consiste en aplicar el desplazamiento, el intercambio, el juego. Podemos trabajar sobre una idea base, a la que tenemos cuatro grandes acciones que aplicar: Cambiar, sumar, restar y mezclar, sobre los siguientes elementos: tiempo, lugar, material, usos, métodos y medidas. Lo quieto volverlo móvil, lo visible en invisible, lo grande en pequeño, lo mínimo en inmenso, juntar lo contradictorio, sustituir los materiales, mezclar actividades, manejar la interdisciplinaridad, gestionar las negaciones, entender que los “enemigos” nos ayudan, los errores nos enseñan. Quitar razón, añadir emoción.

Para ello, las implicaciones personales y los recorridos vitales se infiltran e impregnan en todo proceso creativo. El mundo es vasto, la mirada amplia, la mente abierta y la realidad compleja. Crear significa iniciar un proceso de búsqueda, de implicaciones con lo que nos rodea, prestar atención, apropiarnos de todo aquello que nos incita, curiosear, contaminarse de realidad. Una actitud asertiva de búsqueda que no cesa, constante, que cambia de foco y gana en intensidad. Intensidad para procesar todo ello, toda esa experiencia y conocimiento y profundizar en una fase de análisis, un proceso dialéctico, para que esa referencia a la realidad, se decante a través de los filtros de la intuición, la subjetividad, cierto sentido común y fuertes dosis de imaginación, transformando esas iniciales materiales en bruto, en nuevos significados, para crear un mundo simbólico y proyectarlo a otro nivel. Esta fase de análisis se suele realizar a nivel de boceto mental, en apuntes y notas, una síntesis acelerada, resumida, pero que continúa decididamente en pleno periodo de realización en el intento por formalizar, aplicando una identidad particular que definen nuestras obsesiones, nuestras pasiones o nuestras críticas. Otras tres palabras clave en todo proceso creativo: búsqueda-análisis-identidad.

Por lo general, el trabajo en lo “artístico” se traduce en una manera “especial” de ver las cosas, de pensar; un acercamiento a los temas diferenciado del resto, de los “no artistas”. No siempre es así, en mucho de los ámbitos “normales”, manejamos, aún no siendo conscientes de ello, el “pensamiento creativo”. También aplicable a muchas disciplinas, no es exclusivo de los artistas (acordaros del ejemplo de la economía doméstica). Lo que se ha venido en llamar al pensamiento creativo, se suele definir como un pensamiento no lineal, algunos lo denominan lateral, sistémico, divergente; da igual, se caracteriza por la globalidad, ver las cosas al mismo tiempo por partes y en conjunto, tener una visión multidisciplinar, diferentes puntos de vista, incluso antagónicos, verlo en todas sus posibilidades. Un pensamiento creativo con capacidad de proyección, manejar la fluidez, especialmente la flexibilidad y la curiosidad, capacidad intuitiva, facilidad de asociación y por supuesto, el uso de la imaginación, todo regado con infinitas horas de dedicación y perseverancia. Es más fácil decirlo que aplicarlo ¿Cómo podemos utilizar y aplicar ese sistema de pensamiento? Deberíamos ayudarnos de diferentes figuras de análisis como mapas, nuevos esquemas, tablas, listas, y sobre todo, introducir una nueva metodología: preguntarnos constantemente, reformular nuevamente el problema, salir del determinismo lineal y lógico, darle la vuelta, pensar hacia atrás, encontrar preguntas incisivas e inquietantes que nos descoloquen, tratar de ver lo que no vemos y está ahí, en resumen, preguntar, cambiar de mirada.

Desde mi punto de vista, no creo en la generación espontánea ni en el camino conocido, sino en el crecimiento sobre un campo bien abonado; por ello, es necesaria la creación de un escenario propicio, aquel que no se nos ofrece y tenemos que “construirlo”, un lugar donde puedan ocurrir las cosas, quizá inesperadas pero sorprendentes, también debemos mantener una actitud proactiva, provocar, complicar, disfrutar y sobre todo preguntar. Una actividad creativa no implica necesariamente un pensamiento creativo, éste, se sustenta no en el tipo de respuesta que damos, sino en el modo en que se hacen las preguntas. No buscamos respuestas precisas, sino avanzar en las preguntas, ir siempre más allá, exprimir las intuiciones, construir realidades nuevas, arañar la realidad, como decía Paul Klee: “hacer visible lo invisible”. El pensamiento creativo se apoya en el pensamiento visual, pensamientos cruzados, luchar contra el determinismo, cambiar el signo de los tiempos, huir de las grandes corrientes, el mainstream y las ideas preconcebidas, no tener prejuicios, open mind.

Uno de los recursos más utilizados en cualquiera de los procesos creativos, un aspecto del desplazamiento que ya hemos comentado, consiste en la ruptura de la linealidad. Linealidad entendida como lo previsible, el efecto lógico y esperado de una causa. Lo fortuito, esos quiebros respecto a lo lógico y convencional, se producen a diferentes niveles. A menudo, para romper la linealidad, se recurre al mecanismo de la descontextualización, o dicho de otra manera “estar fuera de lugar”. Estar fuera o dentro del contexto, significa un punto de conciliación entre dos o más elementos. Los límites o fronteras de esas relaciones y sus cualidades sufren de los vaivenes de las experiencias anteriores acumuladas o desechadas. El contexto viene definido por una mayoría, una cuantificación numérica de extensión o intensidad. La relación de sintonía o acronía entre el elemento incorporado y ese contexto definido por la mayoría, lo situará como descontextualizado o no. También puede producirse por una distancia en la naturaleza de los dos elementos que se ponen en relación, pero esto, no es más que el aspecto más visible de esa diferenciación numérica.

El concepto de originalidad es un mito, un sueño, un objetivo demasiado lejano, no muy distante de otro de los mitos, el del genio. La creatividad, la real, es algo más natural, más accesible, menos “brillante”. No hay fórmulas fijas para la creatividad. No hay mecánicas preestablecidas, no hay sistemas, no hay soluciones. Los manuales, las recomendaciones, los consejos, los métodos, los pasos y secuencias, los libros de instrucciones, las explicaciones, las razones, nada de todo ello nos enseña a ser creativos; sabemos de la existencia de ciertas habilidades que consiguen determinados resultados, pero poco más, incluso así, ninguna de esas conquistas nos sirve cuando las necesitamos. Hay que inventarse nuevos recursos, soluciones novedosas porque aquello que funcionó entonces, no funciona ahora. Es siempre un volver a empezar. Es cierto que no comenzamos de cero, sin embargo, tampoco nada de lo sabido resulta práctico; pocas cosas ganamos con el tiempo, pero la práctica continuada quizá nos aporte cierta tranquilidad, cierto relativismo y algo de confianza, menos miedo, más fluidez, algo de naturalidad. Pero no hay manera, cada proceso creativo es una nueva aventura, sin fórmulas, sin instrucciones, sin soluciones. La creatividad no tiene solución.

Existe cierta tendencia a pensar en la creatividad como un proceso positivo, constructivo, de crecimiento lineal y progresivo, hasta llegar al resultado definitivo; un recorrido que arranca en un punto, cuando la idea surge en la cabeza y se desarrolla hasta una formalización definitiva, como obra concluida. Pero nunca es así, en la mayoría de los casos, no se sabe con certeza qué se busca, la idea no está tan definida en la mente como se creía y se desconoce el camino más adecuado para llegar a ella. La mente bulle, las ideas se entrecruzan, las imágenes se desenfocan en el cerebro, la intuición zigzaguea, todo ello muy lejos de un desarrollo pensado y continuo hacia su destino final. Este proceso puede ser muy caótico, desordenado, tempestuoso, volcánico, compulsivo, fragmentario, débil, indefinido, dubitativo, de erróneas decisiones. Este caos genial, esta práctica, este “no método”, no tiene porqué ser más creativo que su contrario, más organizado, lineal, progresivo y escalonado. Cada metodología deviene en particular y cada proceso y sus protagonistas tienen que encontrar su propia respiración, “su tempo”, su sistema, su recorrido y su velocidad, saber gestionar positivamente sus negaciones.

En la mayoría de las ocasiones nos falta imaginación y nos justificamos con intrincadas explicaciones, textos, análisis, dialéctica, narrativa, razones, programa… pero la creatividad es mucho más que todo esto y menos mal. Hay cuestiones que se nos escapan, motivos desconocidos, pulsiones sin sentido, intuiciones absurdas, temas inapropiados, soluciones imposibles y la locura de imaginar lo que podamos. La creatividad nos permite sumergirnos en una tormenta perfecta de ideas imperfectas, nos brinda la oportunidad de equivocarnos, volvernos locos, no pensar demasiado, nunca juzgar, movernos en el disparate, crecer desde el error. La creatividad como escenario para la sorpresa, los cruces de significado, las roturas, lo inesperado, atrevernos a lo desconocido, encontrar lo que no buscamos. Caos, indefinición, dureza, exceso, exageración, silencio absoluto o ruido. Olvidarnos de todo, de todos, hasta de nosotros mismos. Olvidarnos de lo que sabemos, lo que queremos, lo que nos gusta, de nuestras habilidades, olvidarnos de nuestras certezas, dudar de todo, sentiros libres para cualquier cosa, para equivocarnos, para liarnos, para atrevernos, para llegar donde nunca habíamos imaginado.

Para todo esto es fundamental el empuje de la curiosidad. Tener ganas por saber, ganas de experimentar, de aprender, no conformarnos con lo que conocemos, con lo sabido, con lo fácil. La curiosidad es el motor de esa búsqueda. Si perdemos la curiosidad no nos queda nada, es el apoyo necesario para ir más allá, encontrar o alcanzar la intensidad y en ocasiones, rozar la creatividad. El soporte de la curiosidad es la insatisfacción, lo que nos lleva a buscar lo nuevo, nos anima a mejorar, a aprender más, a ver nuevas posibilidades, un viaje con espíritu aventurero a la búsqueda de la sorpresa, de lo que no esperábamos. Para ello necesitamos vivir con los cinco sentidos, estar alerta y receptivos, no dejar pasar las cosas, ser inconformistas. Sobre la curiosidad siempre planea la sombra de la duda. Nos pasamos la vida anhelando certezas, algo sólido a lo que agarrarnos, pero como decía Karl Marx: “todo lo sólido se desvanece en el aire”. Queremos cambiar para mejorar y cuando nos acercamos a un posible final, cambiamos de ruta. La curiosidad también es el motor del viaje creativo y vital. Ya lo dijo Claudio Magris: “se viaja para viajar no para llegar”. De alguna forma, la búsqueda de la creatividad nos permite mantener esa eterna curiosidad.

Pero sin pasión no somos nada. Hay muchas maneras de crear lo inexistente y si nos ponemos a ello, es mejor hacerlo con pasión, de lo contrario ¿acaso merece la pena? La creación hay que vivirla con intensidad, con pasión; esta se relaciona con la cantidad de energía puesta en el empeño. La pasión es esa energía. Esa pasión volcada en lo creativo, nos abre la puerta de la confianza. Si somos capaces de poner el 100% de nuestra energía en el empeño, nunca podremos dudar sobre su necesidad (al menos para nosotros). Tenemos que creer apasionadamente en nuestra creatividad, de lo contrario, si no confiamos en ella, ¿cómo van a poder captarla y sentirla los demás? Trabaja con pasión, a ciegas incluso, pero hazlo apasionadamente. Vive tu creatividad como parte de ti, como si te fuera la vida en ello, solo así podrás disfrutar y aguantar las largas horas de tedioso trabajo para llevarlo a cabo. Si consigues traducir esa pasión en una actitud vital, todo comienza a tener otra dimensión, todo ofrece muchísimas nuevas posibilidades, una vida más intensa, más apasionada.

Aunque toda la creatividad posible nunca será suficiente, necesitamos más fantasía, más imaginación. Seguimos demasiado sujetos a los límites de lo cotidiano, lo utilitario, lo conectado, lo consensuado, apoyándonos en interpretaciones demasiado lineales y simplistas, moviéndonos en una banda demasiado estrecha. Sí, decididamente necesitamos más fantasía. Decíamos que el pensamiento creativo ni es exclusivo del arte, ni está presente en muchos de sus realizadores o autoras. El pensamiento creativo se cultiva, se entrena, en definitiva, también se aprende y conlleva una metodología. Su práctica puede llevarnos a una plena consciencia del uso de las ideas y el manejo imaginativo de los procesos. El pensamiento creativo no conlleva un conocimiento concreto, pero ayuda a conformarlo para que crezca y se desarrolle en plenitud. Saber todo y olvidarse de lo que se puede.

Pero dejando las especulaciones y volviendo al día a día, lo cierto es que el futuro se acorta, los tiempos corren que se matan. Con esta velocidad nada parece estar lejos, cualquier pasado parece cercano, 20 años no son nada y saltamos años, décadas o siglos, como si fueran páginas de un libro sin escribir. En esta espiral de la que parece no podemos escapar, algo acaba muriendo, quizás algo de nosotros mismos. Incluso en plena emergencia climática, que nos obliga a plantearnos seriamente nuestra actitud frente al mundo, preferimos mirar por el retrovisor, el pasado nos reconforta y buscamos en él soluciones que no somos capaces de imaginar en el presente. Nos gusta recurrir a la creatividad como solución, pero vivimos a una velocidad que nos encoge el futuro y nos reduce la perspectiva, como si todo acabara hoy. Vivimos extasiados por brillantes imágenes y tecnología que caduca al día siguiente, sin tiempo para entenderla, sin asumir sus consecuencias. Sin presente, sin actualidad ¿Dónde están aquellos que miran más lejos, más allá del horizonte, más allá del tiempo? ¿Dónde están las utopías, las aventuras, la creatividad? ¿Dónde están las paletas que esconden todos los cuadros por venir?

Texto elaborado en el solsticio de invierno del 2021.


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