La enfermedad neurológica de “Raimundín” en la biografía de Miguel deUnamuno

Fig. 2

Fig. 3

Miguel de Unamuno y Yugo, uno de los escritores y filósofos más relevantes de la historia de España, fue una personalidad compleja, obsesiva y llena de contradicciones, en la que las crisis de fe en Dios y la angustia por el más allá tras la muerte estuvieron muy presentes y, en ocasiones, ocuparon lo más destacado de su pensamiento y de su obra. Repasando sus testimonios personales y los de sus allegados se advierte que las dudas y angustias de D. Miguel fueron en parte influenciadas por la enfermedad neurológica y la muerte de su hijo Raimundo, de las que dejó testimonios directos en cartas, poemas y dibujos, lo que motiva este artículo.

Material y método

El resumen biográfico de D. Miguel se ha elaborado a partir de las biografías que se citan en la bibliografía1-7 El análisis del estado neurológico y de las capacidades de Raimundín lo he basado en los testimonios de algunos biógrafos, pero sobre todo en las observaciones que D. Miguel destiló en algunas cartas a sus amigos y en los varios poemas que dedicó a su hijo: “Canción de cuna al niño enfermo”, “Recuerdos” y “En la muerte de un hijo” (con este título se encabezan, en las fuentes que yo he consultado, dos poemas diferentes fechados en años distintos). Las imágenes de Raimundín las he obtenido de los dibujos que el propio D. Miguel hizo de su hijo. Se conservan en la Casa-Museo de Unamuno en Salamanca y sus copias me han sido amablemente proporcionadas por D. Francisco Javier del Mazo Ruiz.

Resumen biográfico de D. Miguel de Unamuno

Los hechos y fechas más relevantes de su biografía se pueden resumir en los siguientes hitos. Unamuno nació en Bilbao (29 de septiembre de 1864) y falleció en La enfermedad neurológica de “Raimundín” en la biografía de Miguel de Unamuno, Salamanca (31 de diciembre de 1936). Su padre murió en 1870, la familia quedó en una situación económica delicada y la ayuda, y por consiguiente la influencia, de la abuela fueron muy importantes en la vida y la personalidad de Unamuno.

Siendo niño fue testigo del sitio de Bilbao en la última Guerra Carlista, entre diciembre de 1873 y mayo de 1874 cuando el general Martínez de la Concha rompió el cerco y liberó a la ciudad del asedio de los carlistas sublevados. Los acontecimientos trágicos de aquellos meses influyeron mucho en el joven Unamuno hasta el punto de inspirarle su primera novela “Paz en la Guerra” (1897).

Después de los estudios secundarios en Bilbao y los universitarios de filosofía en Madrid, volvió a Bilbao y comenzó a preparar oposiciones. Fracasó en los primeros intentos, pero en 1891 ganó la cátedra de griego en la Universidad de Salamanca. En enero de ese mismo año había contraído matrimonio con Dña. Concha Lizarraga, su novia desde adolescentes.

Tras los dos primeros hijos, Fernando y Pablo, nació Raimundo en 1896, y después vinieron Salomé, Felisa, José María, Rafael y Ramón. En marzo de 1897, y con alguna influencia como se verá más tarde de la enfermedad de Raimundo, Unamuno tuvo una de sus primeras crisis de fe religiosa y política y abandonó la agrupación socialista. Raimundo falleció a los seis años, en 1902.

En 1900 fue nombrado rector de la Universidad, cargo del que fue depuesto en 1914. En 1920 regresó a la política y en 1922 fue elegido diputado a Cortes. Así mismo volvió a desempeñar cargos académicos, primero decano de la Facultad de Letras, luego vicerrector y finalmente rector en funciones. Pero en 1923 se produjo el golpe de estado del general Primo de Rivera. Unamuno mantenía previamente una actitud abiertamente crítica contra la monarquía y el propio rey Alfonso XIII, a quien dedicaba adjetivos durísimos y fue también contrario al golpe militar. Unamuno fue destituido de sus cargos y desterrado a Fuerteventura. Aunque unos meses después se le conmutó el confinamiento, D. Miguel decidió, en muestra de rebeldía con la situación política, no volver a la península y se exiló primero en París y después en Hendaya, donde permaneció cinco años, hasta 1930.

Tras la caída del directorio y su regreso triunfal a España, Unamuno recuperó su actividad política y en 1931, ya en la II República, fue elegido concejal y diputado, alcalde honorario de Salamanca y de nuevo rector.

En 1934 se jubiló de su cátedra, aunque fue nombrado rector perpetuo. En ese año falleció su esposa.

En 1935 se distanció de la República, con la que inicialmente había simpatizado, por los excesos revolucionarios, con asesinatos arbitrarios en los que perdió amigos y colegas, así como por la sangrante persecución religiosa en la que veía una amenaza para la civilización occidental cristiana. Por eso en 1936 dio marcha atrás y comenzó su acercamiento al alzamiento de Franco. Pero tampoco pudo estar de acuerdo con las brutalidades de ese bando, que también fusiló a personas que le eran muy cercanas. De hecho, visitó personalmente a Franco para pedir clemencia para algunas de ellas. Se dio la circunstancia contradictoria de que, en agosto, por un decreto de Azaña se le desposeyó de su nombramiento de rector vitalicio, mientras que, en septiembre, por otro decreto del gobierno de Burgos se le repuso en el mismo cargo, del que de nuevo fue desposeído tras el incidente que viene a continuación.

El 12 de octubre de 1936, en el acto académico que se había programado para celebrar el Día de la Raza ocurrió el famoso incidente del Paraninfo, del que nos han llegado diferentes versiones sobre si se enfrentó o no al general Millán-Astray así como sobre el contenido de su discurso. Lo cierto es que fue destituido de su cargo de Rector Vitalicio por iniciativa del claustro ratificada en decreto firmado por el propio Franco. Tras ese encontronazo con el nuevo poder político emergente no salió de su domicilio, fuera o no confinado a él como medida disciplinaria, de la que no se tiene constancia. En los siguientes dos meses Unamuno sufrió de intensa soledad, añorando a su esposa a la que dedicó al menos un poema, de la amargura de ver desgarrarse España por el odio “de los hunos y de los hotros”, con ejemplos especialmente tristes para él como el fusilamiento del profesor Vila, rector de Granada y antiguo discípulo suyo, de una intensa preocupación por el destino de los hijos que habían quedado en Madrid y de acuciantes estrecheces económicas. Murió bruscamente el 31 de diciembre mientras estaba en conversación con Bartolomé Aragón, un joven profesor antiguo alumno suyo, por una “hemorragia bulbar debida a arteriosclerosis e hipertensión arterial” según certificaron sus médicos, sin que conste en ningún sitio que se le practicara la autopsia. A los ojos de hoy, parece más probable que fuera una muerte cardiaca.

Los mismos falangistas extremistas que en el Paraninfo lo habían abucheado y amenazado con el “viva la muerte, abajo la inteligencia” de Millán Astray, se apropiaron de su féretro y lo llevaron al cementerio bajo una bandera de la Falange y lo despidieron con gritos de “Presente” y “Arriba España”. Esta es otra de las innumerables paradojas de la biografía de Unamuno, como el contraste entre la consideración oficial de la iglesia católica como ateo peligroso y anticristiano8, “hereje máximo y maestro de herejes”9, lo que llevó a incluirlo en el Índice de autores prohibidos10 y su epitafio, que redactó él mismo:

Méteme, Padre Eterno en tu pecho,

misterioso hogar,

dormiré allí, pues vengo deshecho

del duro bregar.

La enfermedad de Raimundo

Los biógrafos de D. Miguel no nos aportan muchos detalles de la enfermedad de su hijo Raimundo, nacido el 7 de enero de 1896. En las primeras semanas de vida se da por cierto que sufrió una meningitis que algunos se aventuran a catalogar de tuberculosa. No he encontrado ninguna descripción detallada que pudiera apoyar o refutar ese diagnóstico. Pero no es del todo convincente dado que en aquellos años la mortalidad de la meningitis tuberculosa era virtualmente del 100%. Es posible que el agente etiológico fuera otro propio de la infancia, con una mortalidad más reducida y frecuentes secuelas, por ej. Haemophilus influenzae. Dado que la hidrocefalia comenzó a desarrollarse muy pronto, en el primero o segundo mes de vida, tampoco podría descartarse, en ausencia de datos del líquido cefalorraquídeo, que fuera secundaria a una hemorragia en el período neonatal.

Unamuno vivió con gran angustia la enfermedad de su hijo en los primeros meses de 1896 y lo deja reflejado en su diario y en una carta a su amigo Múgica en los que da algunos indicios del estado del niño. Al comienzo de su diario escribe algunas notas sueltas recogidas por Rabaté6:

Día 23: Entre la vida y la muerte. […] El médico; a la fuerza. Sale adelante. Estrabismo. ¿Estará ciego? Experiencias. Indigestiones. Baños. Remordimientos ulteriores. La cabeza le crece. […] Viene el médico. Temores. Yoduro de hierro. […] Perspectivas. La muerte antes que idiotismo. Mala noche.

 

Tabla 1. Resumen retrospectivo en términos neurológicos de la enfermedad de Raimundo elaborado a partir de los testimonios, escritos y dibujos, de D. Miguel de Unamuno.

FASE AGUDA: gravedad, riesgo de muerte
FASE CRÓNICA/SECUELAS:
Hidrocefalia (macrocefalia, fontanela abierta, diástasis de suturas)
Síndrome de Parinaud (paresia de la mirada hacia arriba)
Estrabismo
Bajo nivel intelectual y mutismo (no adquiere el lenguaje)
Contacto visual, sonrisa social
Paresia espástica mano derecha
Movimientos lentos estereotipados mano izquierda
Espasticidad de las piernas en aducción (con algunamovilidad voluntaria)
En una carta a Múgica escribe con una precisión casi clínica:
 

Hasta hoy es pequeño el aumento de la cabeza y parece que la enfermedad se ha detenido; no se le cierra, sin embargo, la fontanela, ni se le encajan las suturas de los frontales y parietales, y está muy atontado y sin muestras de atención. Usted sabe cuán escasas son las probabilidades de cura y cómo no es el peor resultado la muerte, sino que ésta se dilata años, que son años de imbecilidad e idiotismo para el pobre niño.

Sin embargo, conoce por su madre de un caso (el Dr. Gorostiza) que curó sin secuelas, a lo que se aferra todavía en el mes de abril para mantener la esperanza, pero sin mucha convicción:

… la vista siempre baja. Y ¡qué atrasado! No se ríe, no se fija, no conoce a los tres meses.

Pero para el mes de junio las esperanzas se diluyen y el niño quedó con secuelas muy importantes derivadas de una hidrocefalia crónica. De nuevo es el propio Unamuno quien en sus dibujos, cartas y poemas nos deja algunas descripciones que nos permiten vislumbrar el estado neurológico y funcional del niño que no debieron cambiar mucho en sus siguientes años de vida (tabla1).

En primer lugar, sufría un grave retraso mental. Como dice D. Miguel en el poema que tituló “En la muerte de un hijo” es seguro que el niño no adquirió el lenguaje y permanecía mudo:

Y su entreabierta boca siempre henchida

de un silencioso grito de protesta

que a la mudez del cielo respondía

con su mudez de aborto de profeta


Figura 1. Dibujo de Raimundo por su padre. La macrocefalia no es demasiado evidente y no se puede apreciar ninguna postura anormal en las extremidades del niño dormido.


Figura 2. En este dibujo, probablemente más tardío que el de la figura 1, la macrocefalia es evidente. Es posible un leve estrabismo con foria en aducción del ojo izquierdo. La postura del brazo y de la mano izquierdos parece normal. Sin embargo, hay, aparte, un apunte de la mano derecha en la que se intuye que el dedo pulgar está atrapado por los otros dedos flexionados lo que sugiere una espasticidad grave. Según testimonio de D. Miguel el niño sólo movía una mano que, de acuerdo con este dibujo, sería la izquierda.

Sin embargo, es posible que el niño pudiera llegar a percibir el ambiente pues indica Unamuno que el niño daba muestras de alegría o de risa: “no hace más que reírse Raimundín”.

Miguel era un gran dibujante que ya había destacado de niño en esa faceta. Dibujaba toda clase de motivos, pero le resultaba especialmente atractivo hacer pequeñas caricaturas de sus compañeros y profesores en el instituto. En el Archivo de la Casa-Museo de Unamuno en Salamanca se conservan al menos tres dibujos que Unamuno hizo a su hijo ya enfermo. Según testimonio de Felisa Unamuno a su nieto Miguel2 y del propio D. Miguel en una carta a su hija Salomé llevaba siempre en su cartera estos dibujos lo que explica, posiblemente, sus bordes rozados y arrugados.
Guardo siempre en mi cartera un retrato que hice, a lápiz, de tu hermanito, nuestro primer Raimundo y ese misterio de una agonía inconsciente de siete años me ha hecho meditar mucho.

Da la impresión de que los tres dibujos no son simultáneos. En los dos primeros el aspecto es el de un niño pequeño, mientras que el tercero refleja ya un niño de al menos 2-3 años o quizás más.

En la figura 1 el niño aparece dormido, con ambos brazos semiflexionados, sin que se pueda apreciar claramente la postura de las manos. En la figura 2, en la que la macrocefalia es evidente, es posible apreciar un leve estrabismo con foria en aducción del ojo izquierdo. El brazo izquierdo aparece en reposo con la mano abierta normalmente. Aparte, se observa un apunte de la mano derecha que se representa cerrada, con el dedo pulgar probablemente atrapado por los otros dedos flexionados. El aspecto es el de una mano espástica y quizás distónica. D. Miguel, en el mismo poema antes mencionado, deja claro que el niño sólo movía una mano que, de acuerdo con el dibujo, sería la izquierda, aunque no es fácil deducir de la descripción poética de D. Miguel qué capacidad de movimiento conservaba:

Con el sólo bracito que movía,

-el otro inerte- en lenta lanzadera

se cunaba, o dejaba acaso al aire

de sueños inconscientes una tela.

Se diría que los movimientos de la mano izquierda pudieran ser lentos, más o menos estereotipados, quizás rítmicos para acunarse; o bien semi-voluntarios, como si pintara sus sueños en una tela, si interpreto bien el verso de D. Miguel.

Respecto a las piernas, Unamuno las describe como cruzadas “escondiendo sus vergüenzas” lo que sugiere una espasticidad grave de los músculos aductores del muslo, como es habitual en los pacientes con hidrocefalia crónica. Pero el niño debía conservar alguna movilidad voluntaria en sus piernas si hacemos caso a los versos que Unamuno incluye en otro poema, “En la enfermedad de Raimundín”, donde da a entender que el niño era capaz de reptar con esfuerzo por las piernas de su padre y subir por el tronco hasta darle un beso:

… que hasta alcanzar un beso,

cual codiciado fruto, por mis piernas

trepas con dulce anhelo…

… En el oscuro abismo de tu espíritu,

sin tú mismo saberlo,

con su follaje depurando el aire

que hinche de tu alma el pecho,

vivirá vida oscura,

la de olvidado ensueño,

el tronco paternal a que trepabas

con infantil empeño

a recoger el codiciado fruto,

de mi boca a segar amante beso.


Figura 3. Este dibujo de un niño ya mayorcito y en el que la macrocefalia es manifiesta, tiene un aliento más dramático por la expresión característica de susto o sorpresa de Raimundo, debida a los signos de la hidrocefalia crónica, la retracción del párpado superior y la desviación de los ojos hacia abajo permitiendo ver la esclerótica por encima del iris, el signo del “sol poniente”.

 

En la figura 3, D. Miguel reflejó fielmente la macrocefalia y los signos oculares de la hidrocefalia crónica del niño, que se atribuyen a la presión de los ventrículos laterales y del tercer ventrículo sobre el tegmento mesencefálico: la retracción del párpado superior con mirada de susto o sorpresa y el signo del “sol poniente” con la tendencia de los ojos a desviarse hacia abajo por la paresia supranuclear de la mirada hacia arriba, lo que deja que la esclerótica se vea por encima del iris. Unamuno ya lo observó: “siempre mira hacia abajo”. Cualquier neurólogo del mundo podría utilizar en una clase sobre la hidrocefalia este precioso dibujo que D. Miguel hizo de su hijo.

No se disponía en aquel tiempo de ningún tratamiento quirúrgico eficaz para la hidrocefalia que hubiera podido cambiar le evolución fatal de Raimundín. A pesar de que ya Karl Wernicke había hecho la primera punción y drenaje externo de una hidrocefalia nada menos que en 1881 11, se tardó varias décadas en disponer de sistemas de drenaje permanente a la aurícula derecha 12-14 y más tarde al peritoneo11.

El desdichado Raimundin murió plácidamente durante el sueño según los versos de “En la muerte de un hijo”:

Y un alba se apagó, como se apaga

al asomar el alba allá en la extrema

nebulosa del cielo aquel que nunca

podremos ver recóndito planeta

Este final y la relación entre el sueño y la muerte ya los había anticipado D. Miguel en otro poema, en la “Canción de cuna al niño enfermo”:

Duerme, flor de mi vida,

duerme tranquilo,

que es del dolor el sueño

tu único asilo.

Pronto vendrá con ansia

de recogerte

la que te quiere tanto,

la dulce Muerte.

Dormirás en sus brazos

el sueño eterno,

y para ti, mi niño,

no habrá ya invierno.

Se deduce fácilmente de ese poema que para Unamuno la muerte se presentaba ya como una liberación de la temida “idiotez” en la que había caído su hijo, y de su prolongada agonía, a pesar de que en algún momento se intenta consolar diciendo que:

… ni el loco ni el idiota sufren, pues no conocen su

mal, y aún pueden vivir contentos. No hace más que

reírse Raimundín.

La enfermedad y muerte de Raimundín en la vida de Unamuno

La enfermedad de Raimundo fue muy influyente en la vida de Unamuno, al menos durante una etapa. Tenemos testimonios suyos de la gran ilusión que tenía, desde su

juventud, en formar una familia y la alegría con la que recibió el nacimiento de cada hijo. El de Raimundo fue especial porque al ser el tercero entraba ya en la idea largamente acariciada de una familia numerosa. En un texto de su etapa de estudiante en Madrid escribió:

¡Oh! Cuando yo tenga hijos de carne y hueso, con vida, con amor y dulzura. Es uno de mis sueños… y guardo mis ternuras para cuando tenga un hijo. ¡Un hijo! Acaso llegue a tener demasiados y mis ochavos no basten. ¡Pobres niños! ¡Cuánto os quiero!

También tenemos testimonios directos de su nieto Miguel de que, en efecto, a Unamuno le encantaban los niños, los propios y los de su vecindad; jugaba con ellos y les obsequiaba con sus famosas pajaritas y gorros de papel. Se hace eco incluso de otros valiosos testimonios:

Menéndez Pidal y Pérez de Ayala han recordado cómo Don Miguel se entendía magníficamente con los niños y, niño yo y él anciano jubilado, le conocí y tal es mi recuerdo2.

Así que la enfermedad de Raimundín cayó como una bomba en el apacible hogar de Miguel y Concha, la cual lloraba a menudo cuando sostenía al niño. Se cumplió el temor de que el niño quedara inválido e “idiota”. Este término era entonces muy popular, procedente de las ideas de Esquirol para denominar a los enfermos con grave trastorno mental sin posibilidades de recuperación y contra el que Bourneville tanto luchó en su admirable tarea por apoyar a esos seres desgraciados15.

La presencia del niño enfermo se hizo constante y opresiva. A Unamuno le atormentaba la idea de que la enfermedad de Raimundín fuera el cumplimiento de un sueño premonitorio. Cuando eran novios le había relatado a Concha en una carta el contenido de un sueño:

Una noche bajó a mi mente uno de esos sueños, tristes y lúgubres que no puedo apartar de mí, que de día soy alegre. Soñé que estaba casado, que tuve un hijo, que aquel hijo se murió y que sobre su cadáver, que parecía de cera, dije a mi mujer: Mira nuestro amor, dentro de poco se pudrirá; así acaba todo…

Unamuno instaló una cuna para el niño en su despacho para poder tenerlo siempre a su lado. También animaba a sus otros hijos a jugar con Raimundo para distraerlo.

A pesar de todos sus esfuerzos por encariñarse con el niño y por intelectualizar su dolor, Unamuno no pudo sino hacerse reproches y culpabilizarse del drama de su hijo. Por un lado, pensaba que él pudiera tener la culpa por haberle transmitido al niño alguna tara genética derivada de la consanguinidad en el matrimonio de su padre, que casó con una sobrina en primer grado. Por el otro, y esto ya enlaza con toda la personalidad y el pensamiento de Unamuno, creía que fuese un castigo divino a su pérdida de la fe. D. Miguel había sido en su infancia y adolescencia un ferviente católico de misa diaria. Sus lecturas filosóficas, ya en el instituto y después en la carrera, le hicieron cuestionar la existencia de Dios y la inmortalidad del ser humano, ideas que no puede racionalizar. Kierkegaard fue una influencia capital en su existencialismo y crisis de fe, que además de ser religiosa era también de falta de fe en la razón. Pues esta le llevaba a no poder creer en lo que más deseaba: no morir. Unamuno decía que su duda no era filosófica, sino pasional, ya que el conflicto era entre los sentimientos y la razón, lo que se convirtió en una profunda agonía, en una tragedia que según sus propias palabras “es perpetua lucha sin victoria ni esperanza de ella; es contradicción”16. Y esa búsqueda intelectual de Dios, en el que quiere creer de manera sencilla y sentimental como en su infancia, le acompañará toda su vida, angustiado por el silencio de Dios que no le da pruebas racionales de su existencia.

La enfermedad de su hijo le enfrentó de manera brutal a la idea de Dios y le provocó una de las crisis de angustia vital más fuertes de su vida. Los últimos meses de 1896 y los primeros de 1897 ya tras el nacimiento de Raimundo, son de una zozobra creciente por las inquietudes religiosas que lo agobian y que culminan en la noche del 21 de marzo de 1897. No puede dormir, siente la angustia de la muerte, palpitaciones, dolor en el pecho y un llanto incontenible que reflejan una crisis aguda de ansiedad con un posible fondo depresivo. Se siente acabado y culpable del sufrimiento de su hijo. Dña. Concha intenta consolarlo con gestos y palabras maternales, pero no lo consigue y D. Miguel sale de su domicilio y se refugia en el convento de los dominicos. Los testimonios difieren sobre cuánto tiempo estuvo allí. Se ha dicho, sin muchas pruebas, que hasta tres días y que pasó dos días de rodillas rezando de cara a la pared, mortificándose a sí mismo y buscando la fe infantil por cuyo abandono ahora Dios le estaba castigando. Lo que es cierto es que el mismo día 22 se desahogó en una carta a su amigo y antiguo director espiritual D. Juan José de Lecanda y el día 23 con el comienzo de un Diario Intimo17.

El día 26 de marzo escribió una breve carta a Rafael Altamira en la que le confiesa que:

Estoy de descanso tan absoluto que ni aún cartas quiero escribir. Acabo de pasar una fuerte crisis espiritual y aún no ha terminado esto. Gracias a Dios empieza a volver mi espíritu a la calma.

El padre Lecanda le apremió para que fuera a pasa unos días con él en Alcalá de Henares para una especie de “ejercicios espirituales” privados. En su diario, Unamuno recogió innumerables reflexiones sobre todos los misterios que le obsesionaban, el libre albedrío, el infierno, la muerte y sobre todo la fe en la existencia de Dios:

Maté mi fe por querer racionalizarla, justo es que ahora vivifique con ella mis adquisiciones racionales, y emplee en esta labor mi tiempo. Todo esto es para volverme loco17.

Y entre medio de tantos apuntes y reflexiones, no pocas veces en latín y griego, D. Miguel también reza a Dios:

Quiero consuelo en la vida y poder pensar serenamente en la muerte. Dame fe, Dios mío, que si logro fe en otra vida, es que la hay.

Superada esa grave crisis de marzo de 1897, ya parece que Unamuno y su esposa entraron en una fase de mayor estabilidad y aceptación de la tragedia de Raimundín. Es muy probable que el nacimiento de los siguientes hijos, especialmente de las anheladas primeras hijas, Salomé y Felisa, fuera un bálsamo importante para el matrimonio. Los siguientes testimonios directos de que se dispone sobre el drama de Raimundín corresponden ya con su muerte en 1902 a la que D. Miguel dedicó el poema “En la muerte de un hijo”. En sus versos vuelve de nuevo Unamuno a evocar cómo la presencia de su hijo enfermo espoleaba su idea recurrente y obsesiva de preguntar a Dios por nuestro destino:

… aún recuerdo que pasaba

de su cuna a la triste cabecera

preguntándole al Padre con mis ojos

trágicos de soñar, por nuestra meta”

Sin embargo, Dios permanecía mudo:

… Pero en mí se quedó y es de mis hijos

el que acaso me ha dado más idea,

pues oigo en su silencio aquel silencio

con que responde Dios a nuestra encuesta.

Los estudiosos de Unamuno han tomado poco en cuenta la importancia que la enfermedad de Raimundín tuvo en una de sus principales crisis espirituales como él mismo la calificó18. Se ha destacado mucho que Unamuno, un gran escritor, erudito y filósofo, fue un hombre que vivió entre continuas contradicciones ideológicas, personales y políticas, siendo probablemente la mayor, la de su incapacidad en profesar una fe robusta que tanto ansiaba en un Dios a quien buscaba sin cesar, como reflejan estos versos finales del último poema que se encontró en su mesa a su muerte:

¿Soñar la muerte no es matar el sueño?

¿Vivir el sueño no es matar la vida?

¿A qué poner en ello tanto empeño?:

¿aprender lo que al punto al fin se olvida

escudriñando el implacable ceño

-cielo desierto- del eterno Dueño?

 

BIBLIOGRAFIA

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Artículo publicado originalmente en la revista Neurosciences & History 2018


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