La revalorización social de lo público

Los momentos que ahora estamos viviendo pueden acabar incidiendo de forma positiva en un replanteamiento de la socialización; probablemente, esta crisis va a poner en marcha una reorganización social y va a demostrar de forma nítida que las reagrupaciones narcisistas no bastan para formar una sociedad solidaria.

Como sabiamente expresó el admirado Tony Judt, por muy egoístas que seamos, todos necesitamos servicios cuyos costes compartamos con nuestros conciudadanos. Los mercados nunca generan automáticamente confianza, cooperación o acción colectiva para el bien común.

Toda sociedad que destruye el tejido de su Estado (mantenido con los impuestos y los servicios públicos de todos) no tarda en desintegrarse en el polvo y las cenizas de la individualidad. Y todo lo que ahora estamos viviendo nos abrirá los ojos de una nueva pedagogía social: hay que promover el sentido de los valores auténticos, cuando hasta ahora parecía que lo único esencial era el consumo, un consumo febril y emocional afincado sobre los cimientos de un hedonismo individualista.

La responsabilidad y la solidaridad van a ser la piedra angular del porvenir de nuestra sociedad y de nuestra democracia, colectiva e individual.

Y la misión prioritaria e inaplazable de esta época es hacer que el andamiaje institucional en el que se sustenta y apoya lo público aspire a la excelencia o al menos que funcione de forma lo suficientemente eficaz y eficiente como para no poner en peligro el Estado de bienestar. Ante esta tarea las diferencias ideológicas deberían quedar en un segundo plano.


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