Mundos cerrados. Futuros abiertos.

La irrupción del Covid-19 somete a las “seguras” sociedades desarrolladas a criterios de complejidad, fragilidad y vulnerabilidad. Mi hipótesis es que el Covid-19 no descubre nuevos hechos, sino que radicaliza tendencias y tensiones que ya definían el mundo.

El nuevo tiempo diseña espacios de confrontación y los cambios asumen con radicalidad: i) los sentidos de la historia; ii) la incertidumbre; iii) la complejidad de lo inesperado; iv) las formas de desorganización que suscitan vulnerabilidad y fragilidad; v) el caos y la entropía.

La explicación se aborda desde ideas y dimensiones que captan el mundo desde las miradas que ofrecen la interdependencia, la aceleración y la velocidad bajo el axioma de que el cambio se explica mediante el cambio.

El poder y las disonancias de la 4ª Revolución Industrial, la expansión de lo global, el impacto de Asia, la reubicación de la desigualdad y las mutaciones del mensaje democrático, configuran las características que canalizan el nuevo siglo. Las dos preguntas que se nos plantean son: ¿Qué nos ata y conecta? ¿Cómo y quienes somos?

El Poder de la Tecnología

La 4ª Revolución Industrial se expande desde la seguridad del conocimiento tecnológico. El imperativo tecnológico promueve algunas consecuencias; fragmenta las sociedades, ubica la desigualdad y eso repercute en la seguridad en el empleo y en los sentidos del trabajo. Si las tecnologías digitales transforman este mundo, la tesis es concluyente: las tecnologías avanzan, pero muchas cualificaciones, individuos y organizaciones quedan rezagados. La fabricación avanzada y la Industria 4.0 definen nuevos territorios productivos, se dotan de reglas, crean el discurso de la nueva lógica productiva y su retórica llena los rincones para los que quieren ser y estar en este tipo de sociedad. La competitividad y la productividad son las dos razones significativas y las que tienen más peso en el proceso de digitalización (Brynjolfsson/ MacAfee, 2013; 2014). El conocimiento tecnológico mediante la automatización, la robotización y la digitalización innova las fuentes de la productividad y la competitividad, y transforma el panorama humano de la fábrica (T. Cowen, 2014; R. Baldwin, 2019). Lo que los científicos sociales temen (P.Collier, 2019) es qué puede ocurrir si se reduce la necesidad del trabajo humano a causa de la divergencia entre productividad y empleo. No se sabe bien cómo enfrentarse a las consecuencias.

A. Deaton (2016) celebra la tesis del “gran escape” y explica cómo crear condiciones explícitas que fomenten el desarrollo económico y la movilidad social ascendente. Años más tarde publica, junto a A. Case (2020), “Muertes por Desesperación y el Futuro del Capitalismo” y profundizan en los fracasos del “gran escape”. La revolución digital promueve disonancias y nuevas formas de entender la vida laboral pero no ofrece rutas alternativas cuando los sujetos no disponen de conocimiento técnico y formación tecnológica para penetrar en la autopista laboral.

Dice R. Sennett (2001) en “La Corrosión del Carácter”, refiriéndose al trabajo, que el lema que se maneja más es: “nada a largo plazo”. Allá donde se constituye la sociedad big tech, emergen y promueven territorios plagados de disonancias donde el indicador significativo es la creación de la sociedad auxiliar que acoge empleos necesarios, estratégicos -limpieza, hostelería, logística, cuidados, servicios al cliente- pero menos especializados, temporales, mal pagados y alejados de los usos del talento tecnológico. Las disonancias de la 4ª Revolución Industrial no son consecuencias imprevistas, forman parte de actividades básicas de la sociedad tecnológica.

De hecho, las fuerzas de la cognosfera están relacionadas con la digitalización. En la práctica, internet no depende de los discursos que se hacen sobre las bondades o los abusos sino de la estructura material que la mantiene. No hay nada utópico (N. Fergusson, 2018) en la propiedad de la infraestructura o en los pactos que explican por qué las plataformas web producen tantos beneficios. El análisis de la estructura material (S. Zubhoff, 2020) de la propiedad de Facebook, Google, Microsoft, Apple o Amazon, están a años luz de la ideología democrática o participativa. Se las compara (N. Fergusson, 2018) con el sistema que proporciona herramientas de producción, pero concentra las recompensas en manos de la minoría. En Facebook, por ejemplo, “el usuario es el producto” y la comunidad de ciudadanos que prometen los discursos de la elite experta chocan con las estructuras materiales que gestionan las empresas tecnológicas.

Hay detalles a tener en cuenta; la revolución de las tecnologías de la información es el logro liderado por Estados Unidos, con la contribución de gentes llegadas de todo el mundo a las mecas del saber tecnológico: Silicón Valley, la Ruta 127 (N. Fergussson, 2018, 479). Las empresas tecnológicas dominantes son estadounidenses y poseen una preponderancia extraordinaria, lo que se traduce en enormes sumas de dinero. Frente a la transformación estructural, las sociedades tienen, básicamente, dos opciones: i) capitular, regular o excluir; ii) competir. Los europeos eligen la primera opción, los asiáticos intentan competir, la propuesta asiática planta cara a los usos de la tecnología de origen estadounidense.

Lo Global y la Desigualdad

La globalización abre el mundo y emergen la sucesión de países y fronteras alineadas sobre los cuatro puntos cardinales. R. Kaplan (2019) ordena el mundo y lo describe en “El Retorno del Mundo de Marco Polo”. La tesis (R. Kaplan, 2019, 17) es que “Europa desaparece y Eurasia se cohesiona. El supercontinente se está convirtiendo en una unidad de comercio y conflicto fluida y reconocible al tiempo que el sistema de Estados surgido de la paz de Westfalia se debilita, y que ciertas herencias imperiales más antiguas -la rusa, la china, la iraní, la turca- vuelven a adquirir preeminencia”. Las Nuevas Rutas de la Seda (P. Frankopan, 2019) o El Corazón del Mundo (P. Frankopan, 2015), presentan otras formas de estar interconectadas para regresar a lugares de los que nunca habían salido, lo que pasa es que la geografía global pide protagonismo y espacio público.

Siguiendo los trabajos empíricos de A. Deaton (2015; 2020), B. Milanovic (2017; 2020) y T. Piketty, (2014; 2019), puede decirse que la esperanza de vida pasa de la media de alrededor de 26 años, en 1820; a 72 años en 2020. A comienzos del siglo XIX, la mortalidad infantil golpeaba al 20% de la población de los recién nacidos durante el primer año de vida. La cifra no alcanza el 1% en la actualidad. Si se centran en las personas que sobreviven al primer año de vida, la esperanza pasa de alrededor de 32 años en 1820 a 73 años en 2020. Si se toman estos indicadores a largo plazo, la mejora es indudable. Pueden encontrarse épocas y países en los que la esperanza de vida registra descensos, incluso en tiempos de paz; es el caso de la Unión Soviética durante los años setenta del siglo XX o los EEUU en la década del 2010. Pero, a largo plazo, la mejora es relevante. La humanidad goza de mejor salud de la que nunca antes había tenido, con acceso a la educación y la cultura como en ningún otro momento de la historia. Apenas el 10% de la población mundial mayor de 15 años estaba alfabetizada a comienzos del siglo XIX, frente a más del 85% en la actualidad. La media de la escolarización pasa de menos de un año hace dos siglos a más de ocho en la actualidad y a más de 12 en los países desarrollados.

Se asiste al incremento de las desigualdades en las regiones del mundo desde 1980-1990. Los niveles de renta comprendidos entre los percentiles 60 y 90 de la distribución normal, es decir, los que no están entre los más bajos, ni entre el 10% de los ingresos más elevados, intervalos que corresponden a las clases medias y populares de los países ricos, son las olvidadas del crecimiento mundial durante el periodo 1980-2018. En cambio, el crecimiento beneficia a otros grupos; por una parte, a los hogares pobres o emergentes y, por otra a los hogares ricos de los países ricos del planeta, que han sido los grandes beneficiados; esto es, el 1 por ciento de los hogares con ingresos más elevados del mundo y, especialmente, el 0,1 por ciento y 0,01 por ciento más rico. Si la distribución mundial de la renta estuviese en equilibrio, la curva debiera ser plana. Las desigualdades disminuyen entre la parte baja y media de la distribución, mientras que aumenta en su parte media y alta. B. Milanovic (2017, 33) lo describe de la siguiente manera: “los grandes ganadores han sido las clases pobres y medias de Asia y los grandes perdedores han sido las clases medias bajas del mundo rico”.  Las condiciones objetivas de las rentas son inapelables (B. Milanovic, 2017, 37/60); el 44% de las ganancias absolutas han ido a manos del 5% de la gente más rica del planeta, y casi un quinto del incremento real lo recibió el 1% más rico. Por el contrario, las personas de la clase media emergente, sólo han recibido entre un 2 y el 4% del aumento global, en total alrededor del 12%- 13%.

Las consecuencias, como recoge el sociólogo alemán O. Nachtwey (2017,115), es que la desigualdad genera varias zonas: i) la de la integración, ii) la vulnerabilidad y; iii) la desafiliación o desacoplamiento. En la primera predominan las relaciones laborales normales y las redes sociales están intactas. En la zona de vulnerabilidad, predomina el trabajo inseguro y se erosionan la seguridad subjetiva y las redes sociales. En la zona de la desafiliación están los grupos excluidos de la participación social en casi todos los aspectos, lo que señala que el incremento de la inseguridad produce miedo. Escribe H. Bude (2017) que el miedo constituye la realidad anímica de las capas medias en nuestra sociedad. Padecen miedo los que tienen algo que perder y creen tener la idea hecha de lo que les puede pasar si toman elecciones equivocadas o se sienten inseguros en el puesto que ocupan en la escala social. Las inseguridades se acrecientan si notan que no ascienden, si se estancan, o peor aún, si se les empuja escalera abajo. El motivo de estos hechos se encuentra en la pérdida de referencias porque pese a contar con certificados sólidos, los ciudadanos se sienten desprotegidos y vulnerables como si se hubiera roto la cohesión entre la aspiración a la autonomía y el vínculo comunitario.

Democracia y Desigualdad

Los conflictos del futuro no van a estar tanto relacionados con el establecimiento de nuevas fronteras sino con el control de las conexiones y las cadenas de suministros (P. Khanna, 2017). Las economías se abren y compiten, pero no conforme a reglas conocidas, emergen consensos que respaldan otras fricciones y generan ventajas para el país que acepta los retos de la productividad y la competitividad y preservan las bases de la industria y el empleo, aun cuando no sean capaces de optimizar con todas sus consecuencias la rentabilidad. Algunos datos relevantes que se desprenden de la disposición de la economía son el crecimiento del populismo y el regreso al valor y el sentido que proporcionan las identidades nacionales. Las respuestas trasmiten la impresión de que se vislumbra el punto y final de la política tradicional, las formas de la democracia liberal o del tipo de Estado que hemos conocido en las últimas décadas de modo que permite decir, al modo como se expresara T. Judt, (2010), “algo va mal”.

Fundamenta Y. Mounk (2018, 186) que el mundo de hoy, políticamente inestable, es distinto del mundo estable de antaño. Hubo un tiempo -dice- en que las democracias liberales podían garantizar a los ciudadanos el rápido incremento del nivel de vida. Hoy ya no pueden. Hubo un tiempo en que la elite política controlaba los medios de comunicación más importantes y realmente podía excluir las opiniones radicales del ámbito público. Hoy cualquier voz política marginal puede difundir mentiras a través de las redes sociales. Y hubo un tiempo en que la homogeneidad -o cuando menos, cierta jerarquía racial pronunciada- de la ciudadanía eran el elemento aglutinante esencial de las democracias liberales. Hoy los ciudadanos tienen que aprender a vivir en democracias más iguales y diversas. El vínculo entre la situación económica y la estabilidad política es más complejo de lo que suele pensarse. La ansiedad económica está causada tanto por lo que se espera del futuro como por la situación del presente.

En un libro clarificador, “Buena Economía para Tiempos Difíciles”, los premios nobel de economía, A.V. Banerjee/ E. Duflo, (2020, 13/14) dibujan el cuadro de adversidades y expectativas. El inicio del libro es una ventana al mundo: “Vivimos -dicen- en una época de polarización creciente. De Hungría a India, de Filipinas a Estados Unidos, de Reino Unido a Brasil, de Indonesia a Italia, el debate público entre la izquierda y la derecha se ha vuelto cada vez más un ruidoso intercambio de insultos, en el que las palabras estridentes, usadas de manera gratuita, dejan muy poco espacio a los cambios de opinión. Lo que hace que la situación actual sea particularmente preocupante es que el espacio para ese debate parece estar reduciéndose. Parece que hay una tribalización de las opiniones, no sólo sobre política, sino sobre cuáles son los principales problemas sociales y qué hacer con ellos”.

Las preguntas-preocupación de estos dos premios nobel son claras (2020, 15): “En la crisis actual, las preguntas sobre economía y políticas económicas son centrales ¿Se puede hacer algo para estimular el crecimiento? ¿Debería ser eso siquiera una prioridad en el Occidente rico? ¿Y qué más? ¿Qué pasa con el rápido incremento de la desigualdad en todas partes? El comercio internacional, ¿es el problema o la solución? ¿Cuáles son sus efectos en la desigualdad? ¿Cuál es el futuro del comercio? ¿Pueden los países con costes laborales más baratos llevarse la manufactura global de China? ¿Y qué ocurre con la inmigración? ¿Hay realmente demasiada migración poco cualificada? ¿Y las nuevas tecnologías? Por ejemplo, ¿deberíamos preocuparnos por el auge de la inteligencia artificial (IA) o celebrarla? Y, tal vez lo más urgente, ¿Cómo puede ayudar la sociedad a todas esas personas a las que los mercados han dejado atrás?”.

B. Milanovic (2020) sugiere otros espacios de meditación. El primero es el establecimiento del capitalismo, no sólo como sistema socioeconómico dominante, sino como el único sistema del mundo. El segundo el equilibrio del poder económico entre Europa y Norteamérica, por un lado, y Asia, por otro, debido al auge experimentado por este último continente. Por primera vez desde la 1ª Revolución Industrial, las rentas de los habitantes de estos tres territorios son cada vez más similares. El dominio incontestado del modo de producción capitalista tiene su equivalente en el criterio ideológico igualmente incontestado que considera que el lucro no sólo es respetable sino el objetivo más importante de la vida del individuo, es el incentivo que entienden las personas de todos los rincones del mundo y de todas las clases sociales. El dominio del mundo ejercido por el capitalismo se logra con dos tipos distintos: el capitalismo meritocrático liberal que desarrolla Occidente a lo largo de los últimos doscientos años y el capitalismo político o autoritario dirigido por el Estado ejemplificado en China, aunque existe en otros lugares de Asia (Singapur, Vietnam, Birmania) y en algunos otros de Europa y África (Rusia, Asia Central, Etiopía, Argelia o Ruanda, como ejemplos).

A lo largo de las últimas cuatro décadas, los cinco países más grandes de Asia juntos (excluida China) han tenido tasas de crecimiento per cápita más altas que las economías occidentales, y la tendencia no es fácil que cambie. En 1970, Occidente era responsable del 56% de toda la producción mundial y Asia (incluida Japón) solo del 19%. Hoy la proporción es del 37% y el 43% respectivamente.

La Democracia y sus Dificultades

La obra de Homes, S/ Krastev, I, “La Luz que se Apaga” (2019) es una buena introducción a los “caprichos de la época” y a la explicación de la extrema debilidad que en algunos países arrastra la democracia liberal. Es revelador -tal y como explican los dos autores citados- que el modo en que las democracias se atrofian se transforme en uno de los temas que preocupan a los académicos liberales en la actualidad. El ideal de “sociedad abierta” pierde parte del lustre. Para muchos ciudadanos desilusionados, la apertura del mundo ofrece hoy mayor espacio al desasosiego que a la esperanza. Una parte de la población occidental cree que la vida de sus hijos será menos próspera que la suya, como si la fe en la democracia se hubiese ido a pique y como si los partidos del sistema se desintegrasen o se vieran desplazados por movimientos políticos híbridos o amorfos. Atemorizado por el fantasma de la migración a gran escala, una parte del electorado occidental se deja seducir cada vez más por retóricas xenófobas, líderes autoritarios, la idea de fronteras militarizadas y el regreso al hogar nacional.

Hay que distinguir entre la imitación de los medios y la de los objetivos. La imagen que retrata el modelo de imitación es notable, como dicen Krastev/Holmes: “En el mundo que sigue a la guerra fría, aprender inglés, pasearse con una copia del Federalista vestido de Armani, celebrar elecciones y jugar al golf permite a las elites no occidentales, no solo hacer que sus interlocutores occidentales se sientan cómodos sino, además, afirmar ante ellos sus derechos económicos, políticos y militares”.

La tesis de Holmes y Krastev es que la occidentalización copycat es el camino más rápido hacia la reforma. La imitación se justifica como el retorno a Europa, lo que significa el regreso al auténtico yo de la región. No sólo se imitan los medios sino también los fines; no solo los instrumentos técnicos sino, además, las metas, los objetivos, los propósitos y las formas de vida. Esta es la forma de emulación inherentemente cargada de estrés y controversias que, según las tesis de los dos autores, ayuda a desencadenar la revuelta antiliberal actual. El modelo que imitan es el ofrecido por el vecino occidental. El punto de confrontación se produce por la vergüenza de haber reorientado las preferencias para amoldarlas a la jerarquía de valores foráneos y de hacerlo además en nombre de la libertad, soportando miradas por encima del hombre por la supuesta incompetencia en este intento. Estas son las emociones y experiencias que alimentan la contrarrevolución liberal comenzada en la Europa poscomunista, en concreto en Hungría, y que ahora se propaga como si hiciese metástasis por todo el mundo.

La perspectiva de G. Empoli (2020) expresa la controversia desde el trabajo político de los “ingenieros del caos”. En la situación que describe, el objetivo es identificar los temas que importan para explotarlos a través de campañas de comunicación individualizada. La ciencia de los físicos permite crear campañas contradictorias, coexistir sin conflicto y sin reunirse en ninguna ocasión hasta el momento de la votación. En los nuevos contextos, la política se vuelve centrífuga. No se trata de unir a los votantes en torno al mínimo común denominador, sino de inflamar las pasiones de tantos grupos como sea posible y sumarlas luego, incluso sin el conocimiento de los implicados. Las inevitables contradicciones contenidas en los mensajes dirigidos a unos y otros permanecerán en cualquier caso invisibles a los ojos de los medios de comunicación y el público en general.

La política cuántica que anuncian los “ingenieros del caos”, está repleta de paradojas; los multimillonarios se convierten en abanderados de la indignación de los desposeídos, los responsables de las políticas públicas hacen de la ignorancia virtud, los ministros desafían los datos de su propia administración. El derecho a contradecirse y a marcharse se ha convertido, para los nuevos políticos, en el derecho a contradecirse y permanecer en el cargo, al apoyar una cosa y lo contrario en una sucesión de tuits y de entradas que dicen una cosa y minutos o días después lo contrario, todo queda registrado, pero nunca se registra lo mismo, la coherencia ni está ni se la espera, lo que interesa es conectar, ajustar la opinión cuántica a la masa crítica que le apoya. No es el juego de la verdad, también el de la mentira; éste sin barreras ni fronteras, importa que fluya la información, se mueva, vaya y vuelva, aunque no se deposite en ninguna parte; importa que esté, se oiga y se vea. La coherencia y el sentido de la verdad no están entre los objetivos buscados ni perseguidos.

Las dos tesis citadas miran el presente como si la historia tuviese que pagar peaje por su desarrollo. La democracia liberal encuentra al antagonista en la historia que promueve y en los procesos que la atraviesan, pero la historia que resulta no demuestra ser capaz de digerirla, no se puede hablar de fracaso del proyecto liberal sino de la realización de proyectos históricos que chocan con nuevos icebergs que acuden dispuestos a modificar el recorrido y los objetivos que la historia de la modernidad no había previsto.

El Mundo Abierto del Covid-19

Sobre la realidad sintéticamente descrita emerge un suceso inesperado: el Covid-19. El 14 de marzo del 2020 es una fecha histórica, ese día se decreta el confinamiento de la población para evitar la propagación del coronavirus y el colapso del sistema sanitario, antes de esa fecha el virus no existe en la vida de los ciudadanos, pero en poco más de 24 horas todo cambia. El proceso se caracteriza por los siguientes hechos: i) la vida se interioriza como un experimento; ii) el virus afecta a la vida cotidiana, la pone “patas arriba”; iii) se decreta el cierre del sistema productivo, si se exceptúan los considerados como sectores básicos; iv) es un fenómeno global, prácticamente no hay ningún país en el mundo que quede fuera de la pandemia; v) el impacto demuestra que las sociedades complejas son muy vulnerables; vi) la incertidumbre, la inseguridad y la desconfianza acompañan a la expansión y a la penetración del virus; vii) el miedo y el temor se propagan entre los sectores sociales más vulnerables; viii) se acude y se ofrece reconocimiento al conocimiento científico y a la ciencia; ix) se aporta información cualificada para evitar contagios: higiene de manos, distancia física, uso de mascarillas; movilidad reducida; x) se decretan medidas basadas en diversas formas de prohibición, desde las que impactan en espacios tradicionales de socialidad: bares, restaurantes, txokos, tabernas, conciertos, fútbol, cine, espectáculos; xi) se desaconsejan o prohíben fórmulas básicas de cortesía social basadas en el contacto físico y la cercanía personal y afectiva: saludos efusivos, besos, abrazos, etc.; xii) se cierra una parte sustancial del sistema productivo; xiii) se impide el tránsito por las fronteras; xiv) el confinamiento dentro de la vivienda de cada cual es la norma de vida y; xv) se cierra el mundo global, se paraliza el turismo, se paran aviones y aeropuertos, se cierran las agendas de trabajo y contactos al uso y los hospitales o se colapsan o tienen fuerte carga de trabajo.

La incertidumbre crea el terreno de juego desde donde se representan el miedo y el temor a lo desconocido. Los cambios no están definidos ni provocados de antemano y no tienen nada que ver con los síntomas que se definían con anterioridad desde las teorías al uso del cambio. El concepto de normalidad se cae del listado de las orientaciones sociales y a lo anormal se le dispensa trato de apariencia normal. Los criterios de lo anormal ocupan el territorio de las referencias básicas y la incertidumbre se hace cargo de escribir el guion que orienta la vida. El cuadro de respuestas es frágil, débil y está sometido a escrutinio cotidiano como si el lema que lo rigiese fuese: todo es posible.

Otra característica es la aceleración y la velocidad de la epidemia. Los efectos sociales del virus siguen la ley del cambio; la estabilidad dinámica (H. Rosa, 2019, 518). La sociedad se estabiliza dinámicamente y, por tanto, depende sistemáticamente del crecimiento, la innovación y la aceleración para conservar y reproducir la estructura. Los conceptos de crecimiento, aceleración e innovación de un único proceso de dinamización puede definirse, a su vez, como el instrumento de la cantidad por unidad de tiempo”.

El ritmo, la velocidad, el grado de aceleración o la transmisión siguen la infraestructura construida por los poderes globales, el virus se aprovecha de la arquitectura imperfecta para que la globalización renueve el espíritu de conquista como si los amplios brazos llegasen a todos los rincones del mundo para dictar el poder de pertenencia al club. Estas situaciones demuestran dos cosas; i) lo público es insustituible; ii) el regreso del Estado. Si alguna vez se barajó la tesis de la debilidad o incluso la crisis del Estado-nación, el tratamiento de la pandemia pone de relieve que ésta es débil e insuficiente. La pertenencia, la protección y la seguridad que ofrece se erigen como los baluartes incontestables frente al poder de la incertidumbre que provocan sucesos de esta naturaleza, el miedo y temor que encapsulan la capacidad de reacción de muchos colectivos sociales que levantan la mano para preguntar: ¿Quién se ocupa de mí? La respuesta es, el Estado.

Las transformaciones no se quedan en el redescubrimiento del poder, la necesidad del sistema público o la emergencia del Estado como actores viables del gobierno de cada sociedad, las mutaciones emergen también alrededor del poder de la tecnología. Nada queda fuera de la IA, diría más, el mundo quizá será otro porque permite radicalizar y acelerar lo que de hecho ya está, pero el control de masas y las enfermedades a través de sistemas de control instalados en móviles, el seguimiento personalizado, el conocimiento sobre quién está sano y quién no, la historia de los contactos personales, el reconocimiento de los lugares por donde transita, a dónde vas o de dónde vienes queda en manos del poder tecnológico, todo lo que necesitas es tener instaladas las aplicaciones que existen en el mercado. El control de masas no plantea dificultades técnicas, otra cosa es la vulneración en la protección de datos, el impacto que puede tener en los sistemas de control o la permisividad de la ciudadanía para soportar sistemas tecnológicos instalados que ofrecen las pautas de los sistemas de seguimiento de las actividades cotidianas.

Pero si hay un capítulo pendiente de escribir sobre lo que la “pandemia se llevó” tiene que ver con el momento en el que “nos desnudó”, nos hizo más frágiles y dejó sin respuestas muchas preguntas que creímos que estaban resueltas, pero no nos agarremos a la falta de respuestas o que no se transforme la incertidumbre en el recurso que descubre la pandemia y en el hecho que puede explicarlo casi todo. Recuérdese -tal y como he mantenido- que las dudas y la incertidumbre estaban antes de que llegase marzo del 2020 y con él la Covid-19, ocurre que ahora se puede ver que estamos más en precario de lo que se creyó y culturalmente bastante desnutridos, como si el liberalismo de normas y costumbres no ofreciera el cobijo suficiente porque, de hecho, no estaba pensado para esto.

El individualismo, la socialidad de la que hace gala o la permisividad de la vida pública no se llevan bien con la disciplina sociocultural requerida en estos casos, ni dispone de las virtudes cívicas que requieren para tratar con algunas de las medidas creadas para controlar la expansión de la pandemia. La Covid-19 es un problema médico, sanitario, económico y político pero sus preguntas y sus respuestas están también ligadas al sistema cultural que vincula y define los estilos de vida, adecuarlos a los nuevos escenarios y a las formas de vida propias de estadios de confinamiento son claves para frenar la pandemia. Saber cómo somos, qué hacemos o cómo se resuelven las discrepancias entre el sistema de prohibiciones y las afirmaciones identitarias de los grupos sociales, forma parte de la resolución de los problemas que se interrogan sobre el desarrollo de la pandemia.

Conclusiones

Las ideas expresadas parten del hecho de que la era post pandemia ya está aquí. Se definen por los siguientes hechos: i) la vida se exprime como si fuese un experimento; ii) está diseñada y comprendida desde la complejidad; iii) se visibiliza desde la vulnerabilidad; iv) la fragilidad de instituciones básicas se impone frente a cualesquiera otros referentes sólidos; v) juega un papel significativo el valor de lo inesperado; vi) asume la incertidumbre porque todo lo que emerge deja preguntas sin respuestas; vii) regresa, aunque nunca se hubiese ido, el conocimiento experto. La ciencia y “los que saben” ocupan los espacios sociales y mediáticos, opinan y construyen opinión pública cualificada; viii) asume el poder y las razones de la tecnología, recuerda que en la era tecnológica el poder es del algoritmo, la inteligencia artificial, el transhumanismo o la Singularidad, amén de la digitalización, la robotización y la automatización, que emergen como los soportes del nuevo mundo y los menús que presiden la 4ª Revolución Industrial -o ¿quizá ya se prepara la 5ª?; ix) la velocidad y la aceleración del cambio transforman la adaptación y la flexibilidad como las respuestas a las transformaciones; x) las conexiones, interconexiones e interdependencias son la metodología para entrar y participar de las redes del presente; xi) la globalización, los flujos económicos, las cadenas de suministros y las redes tecnológicas incrementan la desigualdad en unas zonas del mundo -Occidente-, y la reducen en otras -Asia Oriental-; xii) revisan la democracia, dando relevancia a regímenes autocráticos, otros quieren revisar la doctrina liberal para inscribir el iliberalismo en el libro de la interpretación de lo que ocurre en el mundo; xiii) impone formas a la gestión de la política dando poder a internet, al algoritmo y a otras formas de descomponer la sinfonía de la política; xiv) emergen y se promocionan las Rutas de la Seda que conectan Occidente con Oriente y Oriente con Occidente; xv) lo global es la nueva marca del mundo, el nuevo diseño de marketing público que promueve la interdependencia y nuevas formas de estar, ser y conectarse unos con otros; xvi) la sociedad laboral es frágil, fracasa en el intento de ofrecer seguridad y empleo a muchos ciudadanos, no abre nuevas posibilidades para abrir la autopista por donde circula la edad, el género, el trabajo, los nuevos empleos  y los itinerarios vitales de vida; xvii) el empleo emerge como un problema clave, sobre todo para los sectores jóvenes de la población activa y para los que no están dotados con formación socio-técnica cualificada; xviii) las relaciones generacionales se representan desde la desconexión entre generaciones, de hecho, esta ruptura es uno de los problemas con más capacidad de conflictividad futura; xix) emerge la sociedad auxiliar formada por empleos poco cualificados, temporales y mal pagados, frente al poder de la sociedad tecnológica que transforma el talento técnico y tecnológico en la seña de identidad laboral, y emite señales para la significación de la disonancia y la desconexión entre la sociedad oficial y las múltiples periferias sociales, vulnerables, desintegradas, desafiliadas, y marcando distancias con el camino principal que describe la 4ª Revolución Industrial; xx) los futuros no están escritos, por supuesto, pero algunas tendencias indican hacia donde dirigirse y mirar.

En estas condiciones, el valor que cotiza alto es la flexibilidad. Los saberes formalizados no avanzan con la velocidad que impone la necesidad práctica de conocer y responder ante los enigmas del mundo. La pregunta que queda abierta es: ¿Cómo prepararse para vivir las transformaciones e incertidumbres que condicionan el mañana?

 

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